Quince excusas para no comprar libros para
niños
Por Judy Goldman
Cuando se acude a ferias de libros, uno,
como autor, entra en contacto con padres de familia. Después de varios años de
observar su comportamiento y actitud hacia los libros, me he dado cuenta de que,
aunque hay papás de todo tipo, algunos se pueden reunir en grupos (unos grandes
y otros pequeños) con características más o menos similares. Estos son algunos
de los que he observado a través de los años.
Hay padres que llegan solos (sin sus hijos),
se acercan a los estantes, con cariño toman los libros infantiles entre las
manos, los hojean y, después de pensar un poco, deciden cuál o cuáles van a
comprar. Una vez que se alejan, a veces me quedo con la sensación de que
adquieren los libros para ellos mismos y me pregunto si se los prestarán a sus
hijos.
Esto produce adultos contentos que, a veces,
y por el qué dirán, leen estos libros a hurtadillas de otros adultos. Me divierte
imaginar que sus hijos, de manera sigilosa, los extraen de los estantes sin que sus padres los vean y,
debajo de las mantas, los leen linterna en mano.
Hay otros que escogen los libros que ellos
creen que los pequeños deben leer, imponiendo su selección y en ocasiones
llegando a discutir acaloradamente con ellos: ––No, hija, ese libro tiene
demasiados dibujos. Tú ya eres grande, tienes seis años y debes leer algo con
puras letras. Sí, ya sé que ese te gusta más pero mira, aquí está uno muy
gordo, muy barato y te va a durar más. Y no me importa que llores porque este
es el que vamos a comprar.
Esto generalmente produce niños reacios a
la lectura así como libros no leídos y abandonados en algún oscuro rincón de la
casa.
Hay otros padres que permiten que sus hijos
escojan libremente lo que quieren comprar, guiándolos con la ayuda de un asesor
o promotor, para así hacer una selección adecuada, una que toma en cuenta la
edad, la madurez y los gustos del lector: ––¿Hijo, ese cuento es el que
quieres? Se ve maravilloso, claro que te lo compro. ¿Ya escogiste otro? Ándale,
ve a escoger más para que te lleves dos o tres.
Esto, felizmente, produce buenos lectores, que
se meten de lleno en las historias, y estantes de muchos libros tanto de
narrativa como de divulgación.
Luego hay gente de escasos recursos que,
convencidos de los beneficios de la lectura y amantes de los libros, ahorran
dinero poco a poco para que, el día que visiten una feria del libro o una
librería, puedan comprar siquiera un libro muy bien escogido para sus hijos.
Esto produce lectores contentos que
atesoran los libros. Aunque sean pocos, han sido cuidadosamente seleccionados y
viven en un lugar privilegiado de la casa. Han sido leídos montones de veces,
amados y compartidos entre toda la familia.
Y después están aquellos que ven a los
libros de narrativa como cosas raras, especies de animales misteriosos, que no
saben a cierta ciencia para qué sirven.
Durante varios años he coleccionado algunos
de los pretextos que dan estos últimos, los que ni por equivocación compran un
libro de ficción. Entre los más comunes y sin un orden especial, están los
siguientes:
1.
Cuestan muy caro.
2.
Para qué quiero que se divierta
mi hijo… mejor que lea un libro informativo para que, de paso, aprenda algo.
3.
Leer es perder el tiempo.
4.
Prefiero comprarle un juguete,
aunque sea mucho más caro, porque siquiera lo usa más.
5.
No le gusta leer. Una vez le
compré un libro que a mí me gusto y a ella no. Lo dejó botado por ahí y tuve
que forzarla a leerlo. Por eso ya no le compro libros.
6.
Puede aprender cosas que a mí
no me convienen.
7.
Se divierte igual viendo la
televisión, la tableta o el celular y no me cuesta nada.
8.
No tengo lugar para guardarlos
en la casa. Además, se llenan de polvo y hay que limpiarlos.
9.
Los libros se rompen, se
desgastan y se deshojan.
10.
¿Un libro sin texto? ¿Para qué?
No voy a comprar un libro de puros dibujitos y sin palabras.
11.
Si lee mucho, no juega con sus
amigos.
12.
Se les acaban los ojos de tanto
leer. ¡Imagínese! Tendría que comprarle anteojos…
13.
Cuando tenía un año le compré
uno de esos libros pop-up y lo rompió en dos minutos. Por eso, aunque ya
pasaron muchos años, temo que vaya a hacer lo mismo.
14.
¡Uuuuy! Si viera cuántos
clásicos le he comprado, de esos que yo tuve que leer en la escuela cuando era
niña, y ni siquiera los quiso abrir. Más bien los usó para jugar. Ya sabe,
construía torres y después los tiraba a pelotazos. ¿Para qué gasto comprando
libros nuevos si estoy seguro que no los va a leer?
15.
¿Para qué? Yo no leo y de todos
modos me gano la vida.
Usted, ¿qué tipo de padre es?
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